5 sept 2009

¿Capitalismo Verde o Ecologismo Revolucionario?

Posteamos este texto realizado por unos colegas para una actividad que se realizó recientemente. Aclaramos que no estamos de acuerdo en su totalidad pero consideramos que es un muy buen texto introductorio a las temáticas que abarca de una forma marcadamente anticapitalista, cosa no fácil de observar al debatir sobre estas cuestiones. Las negritas son del texto original, e incluimos un link que tenía el texto en cuestión: Tierra Verde (En especial el libro "Encendiendo la llama del Ecologismo Revolucionario")

¿Capitalismo Verde o Ecologismo Revolucionario?

La primera limitación que encontramos al intentar despojarnos de la cultura que realza al ser humano como centro y patrón del medio que lo rodea, es la de establecer un comienzo para la especie misma. Esto proviene de que el hecho mismo de pretender darle un inicio a la especie, posee una importante carga religiosa: según estas teorías, necesariamente algún ente externo tendría que haberle dado su aparición en el mundo natural. Creemos que el evolucionismo nos ayuda a despojarnos de esta primera limitación, ya que hoy en día sabemos cómo las especies mutan a través de la historia y de qué manera sus genes van prevaleciendo constantemente, generación tras generación.

De la misma forma que consideramos fútil el darle un momento determinado a la aparición del primer humano, también lo sería el darle un principio a su transformación en un ser megalómano y destructivo respecto de su entorno. Es realmente improbable que las primeras personas en asentarse en un sitio pensaran que estaban tomando el camino hacia la guerra, o que tener más hijos significaría un constante y sostenido estado de crecimiento. Sería igual de quimérico pensar que las primeras poblaciones ampliamente dependientes del alimento almacenado se hayan dado cuenta de que esta situación, sostenida a través del tiempo, les llevaría a la creación de un poder coercitivo, que rompería el igualitarismo que los grupos de personas autónomas mantenían.

Es en este desarrollo histórico donde -paralelamente a la complejización de las relaciones de poder al seno mismo de su especie- el ser humano fue desarrollando una cosmovisión que lo situaría a sí mismo en el centro del mundo material, según la cuál la existencia humana y sus deseos son el punto central del universo: esta base filosófica es lo que llamamos antropocentrismo. Esta plataforma ideológica fue solventada, sin duda, por las nacientes estructuras de dominación: la cultura, la religión, el estado y el capital. Todas ellas sacaron rédito en determinada era histórica de este antropocentrismo: resulta fácil imaginar como, aún al más oprimido de los seres humanos, le resultaría satisfactorio no ser como alguno de esos seres inferiores, esos sucios animales.

Si este antropocentrismo es la base filosófica de un sistema de dominación, entonces una de sus aplicaciones prácticas en torno a la economía (entendiéndola como satisfacción de las necesidades) está dada por el especismo, una discriminación basada en la diferencia de especie animal, en analogía con el racismo o el sexismo, basados en diferencias físicas moralmente irrelevantes entre los humanos. La discriminación especista presupone que los intereses de un individuo son de menor importancia por el hecho de pertenecer a una especie animal determinada.

Diariamente las personas utilizan animales (vivos o muertos, pero nunca con su consentimiento) para satisfacer necesidades como las de alimentarse, vestirse, divertirse, etc. Es decir, priorizan valores hedonistas (“como carne porque me gusta”) o costumbristas (“siempre fue así”) por sobre la libertad de esos animales, ejerciendo autoritarismo al limitar el movimiento, o la vida misma de otras especies.

De la misma forma que no es necesario clavar cuchillas en el lomo de un toro en una corrida para divertirnos, tampoco necesitamos tomar leche de vaca para obtener calcio, ya que hay otras formas de adquirirlo sin necesidad de someter a otro animal a una dieta ni espacio arbitrario, impuesto autoritariamente por un ser a quien las instituciones lo colocan como superior.

Una vez que los seres humanos se han concientizado del especismo ejercido en nuestros actos, el veganismo surge como el primer intento de ponerle fin, es un intento de terminar con la incidencia del autoritarismo humano por sobre los animales no-humanos, es la herramienta cotidiana que utilizamos los antiespecistas, donde se trata de no superponer nuestros intereses (económicos y culturales) al interés de preservar la vida y disfrutar de ella que tiene el animal, reconociendo que éstos también tienen miedos, apetencias, carácter, sentimientos, gustos y deseos de disfrutar y decidir por sus vidas sin que ésta sea esclavizada en beneficio de un humano.

No obstante, esta herramienta, lejos de ser estática y finalizada en su desarrollo, se encuentra en constante proceso de refinamiento y adaptación al conjunto de prácticas antiautoritarias. Decimos que es una herramienta porque ataca sólo a una parte de las prácticas especistas, pero además porque las mismas tienen la característica de poder ser usadas incorrectamente. En el caso del veganismo conocemos de muchos vicios y desaciertos que se le atribuyen -no en forma premeditada, sino en su desarrollo histórico bajo la sociedad de clases- desde las esferas dominantes.

Como ha sucedido con todos los movimientos emancipatorios surgidos al calor de las revueltas de los 50’ y 60’ (ecologista, feminista moderno, gay, afroamericanos, desarme nuclear, etc.) el sistema logra reabsorber a las alas reformistas, así como suavizar a cierta parte del espectro restante de estos movimientos, logrando al mismo tiempo excluir al pensamiento más activo y radical, haciéndolo desaparecer por aislamiento.

En el proceso de asimilación del veganismo al interior del capital, éste reconoció su potencial económico en tanto que era permeable a ser convertido en mera ideología de consumo. Siendo publicitado como progresista, novedoso, espiritualmente ético, se crea un mercado en torno a esta práctica en gran parte gracias a las mismas organizaciones que más la publicitan (como por ejemplo PETA). En lugar de difundir un cambio profundo de nuestras capacidades y nuestro estilo de vida para modificar nuestro entorno de manera perdurable y sustentable, estas organizaciones se han centrando cada vez más en la distribución de alternativas veganas a los mismos usos y costumbres de siempre (McDonalds con menús veganos, maquillaje, sustancias que reemplazan al huevo), sin cuestionar el modo de producción capitalista y a la mercancía en sí.

Otra de las limitaciones prácticas del veganismo es cuando sus adherentes comienzan a ser víctimas de la enajenación propia de todo movimiento parcial, cuando en vez de someterlo a un análisis profundo y crítico de cómo se desarrolla en relación con otros movimientos emancipatorios, el/la veganx dogmatiza y eleva a su -ismo por sobre los demás, creyendo que es una herramienta acabada, no pudiendo de esta manera seguir realimentándose de la complejidad de las relaciones sociales humanas.

Ecologismo y veganismo son utilizados por el capital para revalorizarse a sí mismo. Desde hace varios años el “día de la tierra” se ha convertido en una oportunidad que tienen las corporaciones para “enverdecer” su imagen al hacer donaciones a organizaciones ambientalistas. Esto es un ejemplo de lo que entendemos por capitalismo verde, ecologismo suavizado, empaquetado, listo para ser consumido por personas a las que se les dirá que la solución será gradual, comenzando por la lamparita que utilizan para iluminar su hogar o por su forma de separar sus residuos.

En este marco los ecologistas hacen campañas para recibir donaciones, tácticas legislativas, pactos y debates organizados en los medios de comunicación de masas. Éste ecologismo superficial asume que el problema ecológico puede ser solucionado sin necesidad de que haya una transformación social y personal profunda, y que con varias series de pequeñas reformas será suficiente.

El capitalismo verde refuerza la popular creencia de que lo salvaje está siendo malgastado si los humanos no lo emplean. El ecologismo revolucionario en cambio reconoce el valor intrínseco de cada especie (y aquí no hablamos solamente de animales), tal como señala el ecologismo profundo. También se advierte que la relación de la humanidad con su entorno esta basada en relaciones jerárquicas y de poder. Las cuales, según la ecología social, deberían ser abolidas (junto con todas las instituciones que las reproducen) para relacionarse con los demás por fuera de una practica de dominación. Evidentemente esto seria incompatible en una forma de organización autoritaria.

Como mencionamos anteriormente, las relaciones sociales bajo el capitalismo tienen una metodología muy refinada para hacer fracasar a los movimientos emancipatorios, así que si pretendemos tener alguna oportunidad de vencerlo tendremos que superar el individualismo que pueda adquirir alguna de nuestras herramientas, transformándola en cambio en una construcción social, perdurable y revolucionaria, que siempre tenga como fin la destrucción de la totalidad de la opresión.

¡Ni paz social, ni libertad de góndola!

¡Liberación total, animal, humana y de la tierra!

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